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lunes, 12 de septiembre de 2011

31. Jaime Alberto Vélez



   Nació en 1950, en Yolombó, Antioquia, Colombia. Licenciado en Filosofía y Letras de la Universidad Pontificia Bolivariana. Desde 1975 fue profesor de la Universidad de Antioquia (Lingüística y Literatura, y Comunicaciones).
   Libros de poesía: Reflejos (Universidad de Antioquia, 1980) y Biografías (Universidad de Antioquia, 1981), ganado  res del «Premio Nacional de Poesía Universidad de Antioquia», y Breviario (1991).
   Libros de prosa: El zoo ilógico (1982), Buenos días, noche (Enka, 1987), ganador del VI «Concurso Enka de Literatura Infantil», Piezas para la mano izquierda (Universidad de Antioquia, 1989), La falsa cacatúa (1994), Un coro de ranas (Universidad de Antioquia, 1999), El león vegetariano y otras historias (Alfaguara, 2000), y Bajo la piel del lobo (Ministerio de Cultura, 2002), Primer finalista del «Premio Nacional de Cultura», en la modalidad de cuento, en 2001.
   Libros de ensayo: El ensayo, entre la aventura y el orden (2000). Tiene dos novelas inéditas, a publicar próximamente por la Universidad de Antioquia. Escribía, para la revista El Malpensante, la columna «Sátura» (desde 1998). Murió en febrero de 2003.



Rival
   
   Una rana, que se ufanaba de cantar mejor que las demás, recorría sin descanso estanques y lagunas con el objeto de hacer conocer su arte insuperable.
   Convencida como estaba de que nadie en toda la región cantaba mejor que ella, se encontró con que otra rana tenía el atrevimiento de repetir su canto. Herida en su orgullo, la rana se vio obligada a cantar más allá de sus fuerzas, hasta lanzar un desgarrador grito de muerte que, desde luego, también repitió, al instante, el eco que la había acompañado aquella noche.



La rana solista
   
   Aburrida del coro, y convencida de sus dotes singulares, una rana decide cantar por su propia cuenta. Lo hace a toda hora, en cualquier lugar, pero mucho más, desde luego, si cuenta con un público que pueda escucharla.
   Cuando el coro de sus hermanas comienza a cantar, la rana se retira malhumorada a la cúspide de una piedra distante, y da inicio a unos cantos llenos de ironía contra su especie. Esta rareza genial le vale ser conducida al laboratorio de un famoso naturalista, que la exhibe en una jaula dorada ante un público entre impávido y desconcertado.
   En la actualidad, la rana no duda en considerarse la más eximia de todos los tiempos, pero cuánto lamenta que no viva, por allí cerca, alguien de su especie capaz de envidiar sus logros.


De la luz a las tinieblas
   
   Al principio, las ranas cantaban al amanecer —como acostumbran hacerlo los pájaros—, para celebrar la luz de un nuevo día. Con el correr del tiempo, sin embargo, descubrieron que ese desbordamiento de alegría resultaba insensato, pues mientras más cantaban al sol, más secaba éste las aguas.
   Desde entonces, y en venganza, las ranas cantan la llegada de la noche, pero lo hacen despacio, sin emoción, no sea que de repente la oscuridad también les resulte nociva.


Escuela
   
   Una rana que croaba una retahíla incomprensible llegó a despertar cierta curiosidad en la comarca. Al principio la rodearon con timidez algunos curiosos que, poco a poco, se aficionaron a aquella actividad, y terminaron luego por formar un grupo cerrado que reglamentó la asistencia de los curiosos. Para escuchar a aquella rana, los interesados debían someterse a una estricta y costosa preparación, dictada por el grupo de discípulos.
   —Quien espera entender algo aquí —repetían a diario como lema—, debe prepararse para no entender nada.
   Y de ahí, por tanto, el éxito de aquella reputada escuela.


La rana fantasma
   
   La rana fantasma puede croar a cualquier hora del día, pero suele hacerlo sobre todo en la noche. Su canto, aunque carece de realidad, no se diferencia del que emite una rana común, y hasta llega a confundirse con él. Pero no sólo eso: la rana fantasma jamás canta sola y prefiere, más bien, hacerlo acompañada de un grupo de ranas reales. Así que en una noche cerrada y en mitad del campo resulta imposible distinguirla; afirmar lo contrario constituiría una completa falsedad. Por esta razón, el miedo que este fantasma llega a producir posee tal exclusividad, que nadie puede aseverar que lo haya experimentado de verdad. Y, sin embargo, ¿quién podría asegurar que la rana fantasma no existe?